Fuente: El Espectador.

Las aspersiones aéreas para eliminar cultivos ilícitos en la frontera entre Colombia y Ecuador dejaron en los niños marcas psicológicas imborrables: depresión, problemas de aprendizaje, baja autoestima.

Dibujo hecho por María Elena Camacho, en la escuela Río Upano.

“¿Será que vienen a fumigar o será que vienen a matar?”. La respuesta pudo haber sido cualquiera de las dos. Los aviones llegaron en 2001 a erradicar con glifosato la coca de la frontera entre Ecuador y Colombia. Los aviones llegaron a erradicar los cultivos ilícitos y terminaron matando, primero, miles de plantas de café y yuca; luego, los animales; y más tarde, tras la guerra que provocó la presencia de naves colombianas en la zona, los campesinos también pasaron al listado de las víctimas. Los aviones llegaron sin previo aviso y siguieron arribando por siete años, casi siempre durante la Navidad. Un niño ecuatoriano se preguntó en los últimos tiempos de ese período de horror si las naves vendrían a fumigar o a matar. La respuesta pudo haber sido: “vinieron a las dos cosas”.

El testimonio de este niño, el de otro más que afirma “si yo pudiera mandar, mataría a los soldados”, y el de otras decenas de menores que perdieron una vaca o un cultivo o la escuela luego de las aspersiones aéreas, están recogidos en una investigación realizada a lo largo de diez años por la Asociación Clínica Ambiental de Ecuador. (Vea algunos de los dibujos de los niños).

Los investigadores se metieron en la cabeza de los niños que vivían en el lado ecuatoriano de la frontera (provincias de Sucumbíos y Esmeraldas, en el norte del país). Analizaron sus comportamientos, sus respuestas, sus reacciones, los efectos psicológicos que dejó el paso de los aviones. Los que llegaron a fumigar y a matar, según denunció el propio gobierno ecuatoriano en marzo de 2008 frente al Tribunal Penal Internacional de La Haya. Pidió que Colombia le pagara una indemnización millonaria por los daños ambientales y a la salud que provocaron las aspersiones. Antes de terminar 2013 se conocerá el fallo.

“En el 2001 la frontera ecuatoriana empezó a sufrir una de las políticas más detestables de violación al Derecho Internacional Humanitario”, reza el informe. Ese año, Colombia autorizó que se realizaran aspersiones aéreas con glifosato en el territorio fronterizo, amparándose en su lucha contra el narcotráfico.

Los primeros aviones aparecieron en la frontera de Sucumbíos. Nadie entendía qué estaba sucediendo. Arribaron unos cuatro, escoltados por helicópteros, y rociaron un líquido que con los días empezó a hacerse enfermizo. La prensa ecuatoriana no tardó en registrarlo. Hablaba de enfermedades desconocidas que no respondían a los tratamientos. Reseñaba que los cultivos estaban empezando a marchitarse y que en las pieles de los cerdos y las vacas estaban apareciendo unas manchas, que luego también les saldrían a los campesinos.

“Empobrecidos por las muertes de los animales y las pérdidas de las cosechas, los campesinos tenían que levantar nuevamente sus cultivos recurriendo a sus hijos para ayudarse y muchos de ellos tuvieron que abandonar las escuelas”, se señala en el informe. Se cuenta, además, que una organización internacional llamada Alianza para el Clima entregó durante años cuadernos y colores a esas poblaciones, para remediar de alguna manera la situación de aquellos padres que no tenían dinero ni para un lápiz.

Los niños respondían a esas ayudas con dibujos que eran enviados a sus benefactores, y así empezó a quedar un registro que luego sirvió de base para la investigación. En las ilustraciones de los primeros años (2001 y 2002) aparecían trazos coloridos. Casas de techo rojo, montañas de muchos verdes, nubes, soles y, claro, aviones rociando un líquido que ellos ya intuían era veneno; aviones de muchos colores. Los paisajes que vienen después son de flores marchitas, árboles perdiendo sus hojas y sus frutos, y montañas opacas.

En las siguientes imágenes aparecen las enfermedades en las pieles de animales y de hombres. Cecilia Cristina, de la escuela Río Upano, dibuja a un niño colmado de manchas pequeñitas, y Richard Gonzaga, de la escuela Luis Napoleón Dillon, pinta un animal rosado con tres patas y cola junto al letrero: “perro enfermo”. Y en el cielo, los aviones.

Las escenas que vienen luego son de muerte, de una gallina, un caballo y un pájaro tendidos en el suelo, mirando al cielo, recibiendo de frente, como balas, las aspersiones. En el dibujo de Diego Gonzaga (escuela Luis Napoleón Dillon) está trazado a lápiz un cerdo; a su lado se lee: “Mi chanchito se murió y yo lo quería mucho”.

Luego vienen dibujos de guerra. De aviones disparando muchas balas. De hombrecitos verdes combatiendo. Hacia el año 2003 —señala el informe— esta zona de había convertido en campo de guerra con la llegada de los paramilitares y las retaliaciones de los ejércitos de ambos lados. De los últimos años de las fumigaciones (2006 y 2007) quedaron dibujos escuetos a blanco negro, “sin detalles, sin descripción, sin color”; figuras humanas sin bocas, sin sonrisas, sin ojos ni oídos, “como si los niños ya no quisieran ver, oír o escuchar más de la zona en exterminio en que se convirtió la frontera”.

En 2006 el grupo de investigadores de Clínica Ambiental comenzó un estudio sobre el estado nutricional de los niños en las zonas fronterizas. “Nos encontramos con comportamientos muy extraños en ellos —cuenta el médico ecuatoriano Adolfo Maldonado, uno de los líderes del estudio—: niños muy callados, con miedo; niños que al momento de escuchar aviones se metían debajo de las camas, se escondían. Convocamos a un grupo de psicólogos, quienes les pidieron a los niños que dibujaran: sólo pintaban a blanco y negro, a pesar de que tenían muchas opciones”.

Y continúa: “En ese momento acudimos a los dibujos de años anteriores (había registros desde 2001) y nos dimos cuenta de cómo habían estado mostrando la progresión. Lo que decían en esos dibujos coincidía con los descubrimientos científicos”. Coincidía con los estudios que señalaban que el glifosato producía “un grave empobrecimiento del suelo que no se puede recuperar de manera natural”, “que por cada dos hectáreas de coca fumigada, había una hectárea de cultivos legales o bosques destruida”, que a las personas puede producirles “intoxicación, daños genéticos y hasta la muerte”.

Las conclusiones que han salido de esta larga investigación son infames. Los siete años de aspersiones en la frontera dejaron niños con enormes traumas psicológicos. Niños depresivos, estresados, nerviosos, irritables, ansiosos. Niños con sentimientos de pánico sin motivo aparente y con problemas de aprendizaje. Niños incapaces de disfrutar de la cotidianidad, con baja autoestima, sin esperanzas, sin expectativas de un futuro. Niños incapaces de ser felices y de pintar paisajes con colores.

Por: Carolina Gutiérrez Torres / Redacción Vivir
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