Por Juan Carlos Rocha
–Saben decir que no encontraron nada, a Dios gracias– dice Natividad Rodríguez, refiriéndose a la exploración de gas de esquisto que tuvo lugar en la vereda San Antonio, en el municipio de Junín, de la que ya no queda ni rastro.
A un kilómetro de su casa, en lo alto de los Andes colombianos y en la frontera con el páramo de Chingaza, que produce el agua que toman unos cuatro millones de habitantes de Bogotá, la multinacional chino-canadiense Nexen montó uno de los primeros campamentos para la exploración de gas con la técnica de fracturación hidráulica o ‘fracking’ en Colombia, el primero en inmediaciones de un páramo en el mundo.
–Fueron cuatro años de lo más extraños– recuerda mientras deshierba su huerta, la más próspera de la vereda, donde siembra lechuga, acelga, repollo, espinaca, cebolla, alcachofa, insulina, quinua, maíz, frijol, alverja, haba, chachafruto, mora, papayuela, feijoa, ciruela, fresa, kiwi, manzana, pera, durazno…
Natividad aprendió los secretos de la agroecología en un taller dictado años atrás en la vereda, que terminó antes de tiempo por falta de recursos. La exploración de gas, en cambio, contó con dinero suficiente.
De un momento a otro ampliaron las curvas de la carretera, los camiones llevaron por partes la enorme maquinaria nunca antes vista en estas tierras de pica y azadón, y los carrotanques iniciaron sus interminables idas y venidas, subiendo millones de litros de agua del río Gachetá y bajando un lodo radioactivo que nunca se supo muy bien a dónde fue a parar.
–Por políticas corporativas la empresa no concede entrevistas– dijo tajante la secretaria de Nexen en Bogotá.
–La empresa fue de lo más formal– cuenta Rafael Beltrán, un campesino que trabajó durante todo el proceso de exploración –con decirle que las quincenas las pagaban el 14…-
Mientras los ingenieros montaban su gigantesco taladro, alcanzaban un kilómetro y medio de profundidad -siete veces la altura de la torre de Colpatria creciendo hacia las entrañas de la Tierra- y hacían sus pruebas con total confidencialidad, el equipo de responsabilidad social de Nexen trabajaba con autoridades y comunidad.
Pagaron juiciosamente los impuestos y los gastos varios, como los diez millones de pesos que cancelaron en la tesorería municipal por concepto de ‘formularios’; contrataron docenas de trabajadores de la región, entre obreros, conductores y cocineras; compraron buena parte de los materiales a las ferreterías locales; y organizaron varias reuniones con la comunidad, donde explicaron someramente el objetivo de su búsqueda, explayándose en la intención de hacer una lista con las necesidades que pretendían ayudarles a suplir.
En medio del furor inicial, la comunidad de la vereda San Roque propuso la construcción de un salón comunal, arreglos a la escuela y el acueducto veredal, la instalación de reflectores en la cancha de microfútbol y de una baranda en un pequeño barranco, donde varios niños ya se habían dado sus porrazos.
Con el paso de las reuniones la emoción se evaporó y el famoso ‘Proyecto de inversión social voluntaria’ se redujo a la construcción de un tanque de agua con capacidad de 60m3, donde la Junta de Acción Comunal puso el predio, el diseño y la totalidad de los materiales, y Nexen pagó la mano de obra.
En el casco urbano la empresa procuró que las obras fueran más visibles. Hicieron los aportes económicos para construir un vistoso andén en la entrada del pueblo, pavimentaron dos de las calles más concurridas, adecuaron algunas redes de alcantarillado y remodelaron los baños del colegio.
Para demostrar su ‘compromiso con el medio ambiente’ financiaron un proyecto para la protección del oso de anteojos, que habita entre los bosques aledaños, y la publicación de un libro sobre las aves que abundan en la región.
Además, los trabajadores contratados por la empresa hicieron una colecta voluntaria para comprar sillas de ruedas y caminadores a 14 discapacitados del pueblo.
En septiembre de 2013, luego de cuatro años de actividades, la empresa declaró oficialmente el abandono del pozo, levantó campamento, cubrió con pasto la plataforma del pozo, las vacas regresaron y se difundió el rumor, desde las autoridades hasta los campesinos, de que no habían encontrado gas o de que no servía el que encontraron y, en todo caso, no volverían.
–De pronto es cosa mía, pero me parece que el agua ahora sale como blancuzca– dice Natividad con desconfianza.
El aljibe donde nace el agua que tomaron sus abuelos, sus padres y ahora ella, queda en inmediaciones del lugar donde funcionó el pozo de exploración. Nunca entendió muy bien qué estaban haciendo, y tampoco se preocupó por averiguarlo.
Confía en que las oraciones que realiza sin falta todas noches la protejan de todo mal.
II
Una de ska, rueda de pogo, puñetazos por debajo de los hombros, saltos, sudor, adrenalina, los últimos redobles de la batería, el grito del vocalista y la ovación de cientos de jóvenes:
–¡Páramo Grande libre de ‘fracking’!–
Es el Chicha Rock Festival, desde Guasca, Colombia, ‘denunciando la exploración de hidrocaruburos no convencionales en Páramos y Alta Montaña’.
Los nombres de las bandas retratan una época de caos y, quizás, de transición: Desequilibrio mental, Antropofagia, Impunity, Inkonformes, Último siglo, Raíces a Tierra, Frecuencia nativa…
–Somos diferentes, pensamos diferente, pero nos mueve un mismo propósito, la Tierra…– resume el vocalista de Último Siglo, una banda de metal de una iglesia cristiana.
Los miembros de Fortaleza de la Montaña reparten folletos a rastas, punkeros y metaleros, con información básica sobre el ‘fracking’, la cronología de las exploraciones realizadas en Guasca, Junín y Guatavita, y la invitación a rodar la bola con familiares y amigos.
El ‘fracking’ es responsable de la última revolución energética mundial, catapultó a Estados Unidos a la cima de la producción de gas, lo puso en la pelea por el trono del petróleo y reactivó la economía de lo que todos pensaban era una superpotencia en declive. Con unos 400 mil pozos no convencionales activos en 32 estados, la producción de petróleo pasó de 600 mil barriles en 2008 a 3,5 millones en 2014. Y eso es mucho dinero.
Al mismo tiempo, el ‘fracking’ enredó las promesas de varios gobiernos para combatir el cambio climático, y postergó la transición de los combustibles fósiles a las energías renovables, cuando según las advertencias de la Ciencia el cambio es ya una cuestión de supervivencia.
Más allá de conjeturas, se sabe que un pozo de ‘fracking’ produce considerables emisiones de gas metano, puede contaminar aguas subterráneas y superficiales, incentiva el movimiento de fallas geológicas, y utiliza en promedio 9 millones de litros de agua por pozo, que son mezclados con arena y un coctel de químicos confidenciales para fracturar la roca madre y liberar el gas, y que terminan siendo tóxicos.
Dichas evidencias han llevado a la declaración de moratoria o a la prohibición en Francia, Escocia, Irlanda, Holanda y el estado de Nueva York, así como en docenas de municipios en Estados Unidos, donde las comunidades afectadas han ganado varias batallas.
En Guasca ha iniciado otra.
Desde niña, caminando con su padre o volándose con los amigos, Luisa conoció la belleza indescriptible de las montañas y del páramo, un lugar sagrado provisto de poderes sobrenaturales para los muiscas y, lejos de supersticiones, una majestuosa fábrica natural que provee agua a medio país.
En las bancas del parque principal, durante los encuentros cotidianos de jóvenes desparchados que notaban como el ‘progreso’ llegaba al pueblo en formas insospechadas, empezó a gestarse la Asociación Comunitaria Fortaleza de la Montaña.
El grupo, compuesto por diez miembros activos y un puñado de ocasionales, la mayoría entre los 18 y 25 años, se dividió en dos frentes: uno se encargaría de la soberanía alimentaria, las semillas y la agroecología; el otro, liderado por Luisa, sería un observatorio de conflictos energéticos, a cargo de la investigación y oposición a los proyectos mineros y de infraestructura energética que habían puesto los ojos en sus montañas y, de un momento a otro, empezaron a proliferar en la región.
Las labores empezaron en serio cuando a la finca de un miembro de la Asociación llegaron del proyecto Nueva Esperanza, una red de 230 mil voltios que está instalando centenares de torres de alta tensión entre la represa del Guavio y Soacha, pasando por el páramo Grande de Guasca, el páramo de Chingaza, el cerro Tunjaque, el río Blanco y las fincas de centenares de campesinos.
Asistieron a reuniones, interrogaron a funcionarios de las corporaciones ambientales, enviaron cartas y peticiones, marcharon con las comunidades en pueblos y ciudades, llamaron y volvieron a llamar, y dejaron un mensaje claro a las autoridades:
-Sabemos lo que están haciendo-
III
En diciembre de 2014 tuvo lugar un foro dedicado a resolver las abundantes dudas que ha generado la implementación del ‘fracking’ en Colombia. El auditorio de la universidad de Los Andes estaba colmado, y entre el público sobresalían ministros, senadores, empresarios, ambientalistas, estudiantes y hasta desempleados del sector minero, afectado por la baja en el precio del petróleo, producida en gran medida por el auge del ‘fracking’ en Estados Unidos.
Después de los saludos de rigor y las intervenciones de los primeros panelistas, entre ellos varios americanos que resaltaron las perspectivas y proyecciones de la técnica, y la importancia de procedimientos seguros y responsables, el ministro de Minas y Energía, Tomás González, y el de Ambiente, Gabriel Vallejo, salieron juntos al lobby para afirmar ante cámaras y periodistas que ‘ya contamos con la información necesaria para implementar esta técnica de manera responsable’, mientras en el auditorio el profesor Kevin Schug, de la Universidad de Texas, explicaba sus hallazgos sobre la calidad del agua subterránea en Arlington, donde en inmediaciones de un tercio de los pozos estudiados encontraron altos niveles de arsénico, así como presencia de bario, estroncio, etanol y metanol.
Cuando el Ministro de Minas regresó al auditorio, la senadora Claudia López se sentó a su lado y le preguntó al oído si en Colombia existían suficientes estudios de subsuelo sobre acuíferos y fallas geológicas.
–No me supo responder– dijo la senadora con una sonrisa desconsolada.
IV
Por Guasca también rondaba el rumor de que Nexen no había encontrado gas en el Bloque Sueva, pero Luisa desconfiaba.
En la vereda La Concepción, parte del bloque, la Nexen también había realizado una perforación, a 200 metros de la reserva Cárpatos y con casi dos kilómetros de profundidad. Allí la comunidad pidió un arreglo a la sede de la cooperativa y un tanque de enfriamiento, y en septiembre de 2013 el pozo fue abandonado.
Una noche de viernes, luego de varias horas merodeando por Google, Luisa encontró un folleto en que Nexen ofrecía sus tres bloques de ‘shale gas’ en Colombia, entre ellos el de Sueva.
Días después otro compañero encontró un video con la ponencia del manager de exploración de Nexen en Colombia, José Miguel de Armas, en un foro realizado en el hotel Hilton de Cartagena en octubre de 2013, apoyado por el gobierno colombiano, con amplia participación de inversionistas extranjeros y un nombre tan extraño como preocupante:
‘Evaluación de los datos de los yacimientos no convencionales, para conducir la disponibilidad de servicios para la fractura y así adaptar los reglamentos y los permisos para hacer el desarrollo del petróleo y el gas no convencional colombiano comercialmente viable’.
De Armas explicaba que los resultados de la exploración eran ‘promisorios’, la explotación sería ‘compleja pero no difícil’, y recordó que en 1981, durante la construcción del túnel de Chingaza, que lleva el agua producida en el páramo a la ciudad, se produjo una explosión por acumulación de gas metano que cobró la vida de 10 personas y dejó una evidencia irrefutable de la presencia de gas en el subsuelo.
Fortaleza de la Montaña se reunió en pleno.
Se repartieron la licencia de captación y vertimiento de agua en el río Juiquín, otorgada por Corpoguavio, para estudiarla a fondo, buscar inconsistencias y preparar acciones jurídicas, con la asesoría del abogado de una ONG que conocieron en la Red Tejiendo Páramos, que reúne a ambientalistas de varias regiones con problemas similares; y prepararon una solicitud para participar como ‘tercero interviniente’ en el caso del Bloque Sueva, un recurso legal que obligaría a empresas y autoridades a reportarles cualquier movimiento en el asunto.
Además, iniciaron un análisis cartográfico, cruzando los mapas del territorio concedido en exploración, la ruta del oso de anteojos –considerado en peligro de extinción-, y los páramos, este último solamente útil si el Senado tumba el ‘articulito’ del Plan de Desarrollo ‘Todos por un nuevo país’, que aprueba la explotación minera en páramos.
A principios de 2015 un reporte de la Defensoría del Pueblo advirtió sobre el peligro inminente en que se encuentran los habitantes de varias veredas de Junín por causa de una falla geológica que ya averió varias casas y se ha tragado unos cuántos árboles.
Según un estudio del Servicio Geológico de Estados Unidos, en el estado de Oklahoma, donde el ‘fracking’ es común, se pasó de 10 temblores de más de 3.0 en la escala de Richter en 30 años, a 585 sólo en 2014.
Este argumento, que ha puesto a temblar el ‘fracking’ en Estados Unidos, también podría ser útil en Cundinamarca.
-No es contra las petroleras. Ellos no se dan cuenta, pero también les conviene que los detengamos… ¿o es que van a tomar petróleo cuando toda el agua esté contaminada?-