Fuente:  Revista Semana.

Por Antonio Caballero

OPINIÓN: Todo reclamo, toda protesta, toda queja ciudadana es señalada –macartizada, se decía en otros tiempos– como manifestación maligna de las Farc.

Infiltrados.

Foto: León Darío Peláez / Semana
Las Farc están infiltradas en el paro del Catatumbo, por supuesto. ¿Cómo no iban a estarlo, si allá llevan 40 años? Es como si se denunciara con alharaca escandalosa que Juan Manuel Santos está infiltrado en Anapoima, cuando lo que pasa es que allá tiene su finca. Piense el lector: si no estuvi

eran las Farc en el Catatumbo ¿por qué diablos se le hubiera ocurrido a uno de sus jefes ponerse el alias de Pablo Catatumbo?

Bueno: también hay otro que se puso Andrés París. Pero es que, como ha revelado urbi et orbi el ministro de Defensa, las Farc también están infiltradas en Europa. Y en el paro minero que acaba de empezar, y en los que se anuncian para mediados de agosto. Y en las protestas de los universitarios, y en el paro judicial, y en el de los cafeteros, y en el de los cacaoteros, y en el de los paperos. En todo, en todas partes.
El expresidente Uribe acaba de denunciar, sin temblor de la voz, al Parlamento Europeo, que lo critica: está infiltrado por los terroristas de las Farc. Todo reclamo, toda protesta, toda queja ciudadana, es señalada –macartizada, se decía en otros tiempos– como manifestación maligna de las Farc. Para desacreditarla, para descalificarla, y con la esperanza de desactivarla. Que no pida la gente: ¡que agradezca!
En eso consiste la “prosperidad para todos” de Santos, como la “seguridad democrática” de Uribe, como la ya no recuerdo qué cosa de Pastrana ni cuál otra de Samper, y así de para atrás, hasta los beneficios de la Corona española, que nos dio la religión y la lengua. O así me lo enseñaron en el colegio a mí.
Así que sí: sin duda las Farc están infiltradas en las protestas del Catatumbo, como señaló lúcidamente –desde Suiza, donde se encontraba infiltrado en el Comité Olímpico Internacional– el presidente Santos. Pero lo que importa es saber por qué están allá.
En esa región de colonización de la frontera agrícola que ahora la prensa y hasta los funcionarios llaman “olvidada por el Estado”, cuando la cosa no es exactamente así: hay que decir más bien que ha sido saqueada por el Estado –por los agentes del Estado, de los alcaldes para arriba–, o entregada por el Estado al saqueo de las grandes empresas petroleras, mineras, madereras, palmeras, cocaleras, y al poder militar de las guerrillas o de las autodefensas.
Una región sin hacer y ya deshecha, sin salud, sin escuelas, sin vías. No es por placer masoquista que se han ido a vivir allá sus actuales pobladores (los antiguos, los indios motilones o bari, han sido casi exterminados). Llegaron allá huyendo, desplazados y perseguidos por las violencias anteriores, a malvivir de precarias cosechas de pancoger, del espejismo petrolero y, últimamente, de la coca: único cultivo congruamente  rentable en nuestra cada vez más remota frontera agrícola.
Y entonces, ahí sí, llega el Estado colombiano a hacer presencia: a fumigar. A envenenar por la fuerza los plantíos con glifosato importado de los Estados Unidos para que su cosecha no llegue a las narices de los consumidores norteamericanos, a quienes su gobierno es incapaz de hacer cumplir sus propias leyes.
La situación la resumió hace unos días en El Tiempo el caricaturista Papeto. Uno de sus señores gordos le dice al otro: “El grupo guerrillero está infiltrado por campesinos que protestan”.
Ahora bien: no ya quiénes protestan, ni por qué, sino ¿cómo protestan? Esta revista lo mostró en su carátula la semana pasada, con el titular, más que escandalizado escandaloso,  ‘¿Qué hay detrás?’.
Protestan con caucheras. Y también con papas bomba y cocteles molotov. Pero sin armas verdaderas. No protestan con votos, pero tampoco con fusiles. Y, tal como los votos, las marchas y las pedreas son argumentos democráticos tan válidos como las vallas publicitarias. Hasta ahora (escribo esto en la noche del jueves, y saldrá publicado en la del sábado) los únicos muertos han sido cuatro campesinos (o infiltrados) del lado de los que protestan, por bala de fusil.
Por haberlo dicho, preocupado por los posibles excesos de la fuerza pública en la represión, al representante de la Oficina de Derechos Humanos que tiene la ONU en Colombia los ministros del gobierno lo acusaron de inoportuno, irresponsable y temerario.
¿Cómo se puede entonces, y cómo se debe, protestar contra un Estado que gobierno tras gobierno ignora sus obligaciones e incumple sus promesas? ¿Con el silencio? ¿Solo con el pétalo de una rosa?
Ministro Carrillo, ministro Pinzón, vicepresidente Garzón, presidente Santos: sean serios. Esto de la paz no va a ser fácil mientras de un lado se considere ilegítimo que, en medio del conflicto armado, las Farc impulsen paros en el Catatumbo, y que del otro lado se considere ilegítimo que el presidente Santos tenga finca en Anapoima.
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