Fuente: Agencia de Noticias de la Universidad Nacional de Colombia.
Bogotá D. C., jul. 24 de 2014 – Agencia de Noticias UN – Según el geólogo de la UN, Julio Fierro, desde 2011 se registra un aumento significativo de sismos en regiones de exploración petrolera en la Orinoquia, actividad que podría afectar los acuíferos profundos.
Fue hasta la década de los ochenta, con el descubrimiento del campo de Caño Limón, cuando se abrió la posibilidad de explotar grandes yacimientos en la Orinoquia. En los noventa, se especuló la existencia de enormes depósitos en el piedemonte casanareño, pero el carácter extremadamente complejo de la geología y el poco conocimiento del subsuelo, que aún persiste, aterrizaron a una realidad de campos pequeños, pero productivos.
Estos incluían crudos livianos y pesados, tanto en la llanura baja inundable como en la altillanura. En años recientes, el modelo de desarrollo se volcó a un extractivismo con una meta irresponsable de un millón de barriles diarios, la mayor parte de ellos para la exportación.
La exploración petrolera incluye dos actividades principales: la prospección sísmica y los pozos exploratorios. La primera involucra una fuerte intervención territorial, con impactos documentados de inestabilidad de terrenos, en particular, cuando se realiza para obtener modelos tridimensionales (3D). Además, los campesinos reportan problemas en aljibes y pozos.
El sector petrolero niega esas consecuencias, pero es posible que las discordancias con las comunidades sean un problema de grandes magnitudes. Los estudios ambientales se hacen a escalas de 1:25.000 (1 cm en el mapa expresa 250 m de la realidad); no obstante, recientes ajustes de los requerimientos técnicos, como los solicitados en campos del municipio de Monterrey (Casanare), mencionan que los estudios hidrogeológicos deben realizarse previamente con el fin de caracterizar el nivel freático regional (reservas de agua subterránea).
Sin embargo, lo que les preocupa a las comunidades es el nivel freático local. Una inclinación de un metro es suficiente para generar consecuencias indeseadas e imprevisibles como la desaparición de manantiales, el secamiento de aljibes y, en situaciones críticas, colapsos ecosistémicos, cuando en épocas secas el nivel de las aguas subterráneas no permite alimentar esteros, caños o ríos.
Sin una base técnica, es poco entendible que los voceros gremiales y algunos académicos argumenten la inocuidad de la exploración sísmica.
En cuanto a las perforaciones exploratorias, cabe citar como ejemplo los problemas relacionados con el pozo Magallanes 1, adyacente a la reserva forestal donde está el resguardo u’wa.
Allí existen serios indicios de irregularidades, como permisos sin información completa adjunta para la toma de decisiones, máxime, cuando en el expediente no se informa sobre la entrega de los complementos que se requirieron.
Falta de información
En cuanto al proceso de licenciamiento ambiental, posterior a la sustracción, los estudios y las decisiones de la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (ANLA) faltan al principio de precaución y prevención.
Los componentes geológico, hidrogeológico, geotécnico y cultural son deficientes y omisivos, puesto que las escalas de trabajo no son adecuadas y no se estudian aspectos clave como la hidrogeología y el contexto cultural. Lo anterior va en contravía de los compromisos internacionales suscritos por el país y de las disposiciones de la Corte Constitucional para la protección de pueblos indígenas.
El geólogo Édgar Roa ha detectado una correlación entre la implementación de la tecnología de extracción petrolera denominada STAR (patentada en Colombia por Pacific Rubiales), que se encuentra en ensayo, y la ocurrencia de sismos someros.
Dicha tecnología consiste en “quemar” el subsuelo con el fin de hacer más fluidos los crudos pesados que se encuentran en el yacimiento, correspondiente a los bloques Quifa, Rubiales y Pirirí, en Puerto Gaitán (Meta).
Antes del 2007, se presentaron cinco sismos, pero desde 2011 hasta la fecha, se han registrado cerca de 300, de origen no establecido, posterior al inicio de STAR. Esto corresponde al 98,3% de la sismicidad total detectada desde 1997.
Además de la sincronía entre los eventos sísmicos y las pruebas de explotación de hidrocarburos pesados, se encuentra una aparente anomalía en lo referente a la profundidad: menos de 30 kilómetros. Esto los clasifica como sismos someros, situación que no coincide con el modelo tectónico aceptado para la zona de estudio. Al respecto, no existe aclaración satisfactoria de Ecopetrol ni de Pacific Rubiales sobre esa asociación.
En los Estados Unidos, las nuevas tecnologías de explotación de hidrocarburos en yacimientos no convencionales han reconfigurado la geopolítica energética. Las investigaciones científicas, que incluyen reportes desde el propio sector, demuestran que existen miles de pozos petroleros con fugas, debido a las fallas en la cementación (leaking wells).
Esta situación advierte sobre la contaminación de acuíferos que pone en riesgo el suministro de aguas para las generaciones futuras. El hecho de que en la actualidad no sea común la explotación de aguas subterráneas en pozos de profundidades mayores a 1.000 metros, no obsta que en próximas décadas los escenarios de escasez lleven a la humanidad a buscar el agua donde se encuentre.
Normatividad LAXA
La minería también se constituye en una problemática para zonas de vertiente y a lo largo de ciertos ríos como el Guayuriba. Las rocas antiguas que constituyen las partes altas de las cuencas de la región del Meta tienen potencialidades en metálicos y minerales radioactivos.
El problema es que se encuentran en áreas inestables, susceptibles a deslizamientos, procesos de erosión (relacionadas de manera directa con la deforestación inducida para ganadería extensiva sobre las altas pendientes) y sismos como el ocurrido en 1917 en Villavicencio.
La gran potencialidad del piedemonte llanero es la biodiversidad y la regulación hídrica, ambas, susceptibles a la afectación por minería, actividad que libera elementos tóxicos contenidos en las rocas, que, a su vez, deterioran la calidad de las aguas, los suelos y el principal patrimonio natural de la región: el paisaje.
En las zonas planas, es inaceptable que los ríos sean titulados para minería a lo largo de su recorrido. La normativa minera y ambiental es laxa en lo referente a estos ecosistemas, aunque la documentación científica ya demostró que remover lechos y trasladar las riberas puede llevar a colapsos ecosistémicos.
Cuando se observa la Orinoquia llana en exploración o en explotación de hidrocarburos y las vertientes con solicitudes mineras para elementos tan peligrosos como el uranio, puede verse que no estamos aprendiendo las lecciones que nos dio la naturaleza en el Casanare.
Tenemos la oportunidad de reflexionar sobre qué queremos de la Orinoquia y palabras como paisaje, biodiversidad y agua son vitales para indagar sobre las singularidades de la región.