Fuente: El Tiempo.
Cristian Valencia
«Si alguien se quiere hacer una idea clarísima de cómo es aquello de la minería a gran escala y a cielo abierto, puede darse un paseo por Mondoñedo».
Eran montañas verdes. Hoy no son verdes y tampoco son montañas. No existen. Se las han llevado. Las hicieron polvo a punta de taladrarlas. Se las llevaron hacia Bogotá en volquetas para sostener esa bonanza constructora de los últimos años. Las fotos de Mondoñedo parecen tomadas por el Curiosity de Marte. Desolación total. En algunas partes donde ha cesado la extracción de piedra, la capa vegetal comienza a reverdecer. Y por ahí algunos tímidos intentos de reforestarla con especies nativas se comienzan a notar. Pero nada de eso es suficiente para ocultar esos boquetes amarillos, esas mordidas a la montaña, esa desaparición de aquellas montañas sin dolientes.
Si alguien se quiere hacer una idea clarísima de cómo es aquello de la minería a gran escala y a cielo abierto, puede darse un paseo por Mondoñedo. Si bien la vegetación de alta montaña no es exuberante, la transformación del paisaje es completamente dramática. Las canteras que operan en Mondoñedo se acercan peligrosamente a la laguna de La Herrera, el recurso hídrico más grande de la Sabana, con 258 hectáreas. Las tinguas de pico rojo y los patos turrios y los alcaravanes están alarmados. Porque pueden ver cómo se acercan las maquinarias al humedal, porque el paisaje que ven es el del futuro: esos paisajes de ciencia ficción, desérticos y melancólicos. La melancolía del futuro: “mire, mijo, ahí donde usted está parado antes había un espejo de agua enorme y se veían animalitos”.
Mondoñedo es una buena imagen para cuando quieran pensar en el significado de La Colosa, de Cajamarca. Sólo que la vegetación de donde piensan extraer oro a gran escala sí es exuberante, una fábrica de agua a gran escala que podría quedar a la vuelta de los años como el triste paisaje lunar de Mondoñedo.
No sé si aquella mina sea inevitable. Lo ignoro, porque todos los colombianos ignoramos la mayoría de decisiones que se toman con nuestro territorio. Cuando menos pensamos nos dan la triste noticia y una palmadita en la espalda, y palabras placebo, como que el nivel de vida mejorará para todos y cosas de esas que dicen los políticos con una sonrisa. Pero ya sabemos que no ha sido así. Sabemos que producimos el doble del petróleo que produce Ecuador, y sabemos que nuestra gasolina cuesta el doble de lo que cuesta en Ecuador. Y sabemos que enormes extensiones de selva húmeda en el Chocó han sido arrasadas por la minería, y que las aguas de muchas quebradas y riachuelos parece radiactiva, y que la gente vive peor que antes, y que esa bonanza ha atraído a los peores buscavidas, y que la cosa puede empeorar. Eso sabemos.
Cuando piensen en La Colosa no intenten hacer un ejercicio de imaginación. Vayan a la cantera más cercana de la ciudad. En Bogotá hay de dónde escoger. Si no quiere ir a Mondoñedo, vaya a Usaquén y trate de recordar cómo eran esos cerros hace 30 años, porque se encontrará de frente con lo de siempre. Una montaña herida, amputada, un polvero insoportable; o una no montaña que ha dejado una mancha amarilla. Ni una planta, ni una ranita sabanera, ni un árbol, ni siquiera un ratón o un chulo: nada vivo.
Como dije, no tengo idea si la mina de La Colosa sea evitable, si el Gobierno la quiere evitar, si hay posibilidades de minimizar los daños. Sé que desde que el proyecto existe los trabajos en la carretera son más notorios. Esa carretera que tanto tiempo estuvo abandonada.
Si usted viaja entre Cajamarca y Calarcá, estaría bien que llevara una foto de Mondoñedo para contrastar con esa explosión de verdes y ese rumor de cascadas. Como un ejercicio de ficción anticipativa, nada más.
Cristian Valencia
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