Fuente: El Espectador.

Llegar a un acuerdo para proteger sin afectar las dinámicas sociales y productivas es la apuesta para preservar estos ecosistemas.

En lo páramos hay al rededor de 70 especies de mamíferos, 87 de anfibios y 154 de aves.

Los últimos años han sido trascendentales para entender la importancia de los páramos en Colombia. Tal vez por casos como el de Santurbán y la polémica que ha generado la explotación minera y los títulos otorgados a multinacionales, empresas nacionales y particulares, el país empezó a comprender lo vitales que resultan estos ecosistemas. Sin embargo, aun cuando la información parece clara y gran parte de la población sabe cuál es en esencia la función de los páramos, problemas como los cultivos y la ganadería siguen trepando con rapidez .

¿Qué hacer? ¿Cómo evitar que estas áreas, responsables de abastecer de agua del 70% de los colombianos, se libren de aquellos males? Las preguntas vienen rondando la cabeza de muchos expertos desde hace un buen tiempo. Tanto así que, como se dio a conocer a mitad de año, se destinaron $66.000 millones para realizar una nueva delimitación de estos territorios (que ocupan más de 1’900.000 hectáreas), de la que está a cargo el Instituto Alexander von Humboldt.

Y aunque lo ideal sería que los páramos, grandes reguladores del recurso hídrico y del clima regional por su función de capturar el gas carbónico de la atmósfera, estuviesen blindados contra esos inconvenientes, lo cierto es que no pueden ser ajenos a las dinámicas sociales. Así lo afirma Tatiana Roa, directora de Censat Agua Viva, quien asegura que “actualmente es necesario entender esos ecosistemas naturales como territorios construidos socialmente. Los procesos de conservación que se adelantan deben ser incluyentes y se tiene que hallar la manera para que se puedan llevar a cabo con las comunidades que tradicionalmente han ocupado estas zonas”.

Para Roa, los páramos enfrentan hoy en día, principalmente, una gran amenaza: la minería y los títulos de explotación que se otorgan en áreas donde no debería llevarse a cabo esta actividad. Un buen ejemplo de ello es el páramo de Pisba, en Boyacá, donde desde hace unos años se vienen formando bocaminas de carbón, pese a estar en áreas restringidas.

Hernando García, del Instituto Humboldt, coincide con Roa. “Estos ecosistemas —dice— nos están poniendo a pensar en que, definitivamente, tenemos que crear nuevos esquemas de manejo que protejan, pero a la vez permitan la aplicación de sistemas agrícolas tradicionales. Pero la minería, sin duda, no es sostenible en los páramos. Es una actividad que tiene consecuencias directas sobre la pérdida de suelo y altera la regulación hídrica”.

Y si bien es cierto que en el tema de protección se ha avanzado de forma paulatina y que existan leyes al respecto, e incluso en el Plan Nacional de Desarrollo se prohíbe la minería en estas superficies, de no encontrarse una pronta solución que ponga fin a estas problemáticas, son muchas las especies y recursos que están en peligro.

Las cifras, de hecho, hablan solas: Colombia, con 34 complejos de páramos distribuidos en las tres cordilleras, alberga la mitad de estos ecosistemas en el mundo; en el país está el 98% de las especies vegetales de páramo que existen actualmente, de las cuales el 90% son endémicas, es decir que sólo se encuentran en estas regiones; el páramo de Sumapaz, ubicado en Cundinamarca, es el más grande del planeta y allí está el mayor número de lagunas de alta montaña.

Se podría, si se quiere, continuar con una infinidad de ejemplos para evidenciar lo exclusivos que son estos hábitats, en los que hay alrededor de 70 especies de mamíferos, 87 de anfibios y 154 de aves. Pero de nada valdría, como asegura Hernando García, si hoy no aprendemos a manejar esa presión que han generado el oro y el carbón. “Ese es el dilema —insiste—. Hay que proteger; hay que llegar a una negociación”.

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