Fuente: El Espectador.

El futuro de las hidroeléctricas depende de la conservación de los ecosistemas. De continuar con la actual deforestación y el deterioro de las cuencas se estaría amenazando la capacidad de los embalses, proveedores del 80% de la energía eléctrica para Colombia.
 
Represa Bassano, en Canadá. Genera energía y provee de agua a los pueblos de la zona. /  Patricia Buckley / WWF - Canadá
 

Ciertas particularidades de la geografía colombiana, por ejemplo su gran disponibilidad de agua y un relieve muy accidentado, hacen que la producción energética del país sea más limpia que la de otros cuyas principales alternativas son el gas y el petróleo.

Como pocas, esta tierra permite que cerca del 80% del total de la energía eléctrica provenga de plantas hidroeléctricas, lo cual reduce significativamente la dependencia de combustibles fósiles, responsables en gran parte del calentamiento global.

De acuerdo con la Unidad de Planeación Minero-Energética (UPME), el sistema eléctrico colombiano requiere la instalación progresiva de 7.914 megavatios (MW) para suplir la demanda futura. A la vez, esta capacidad estará conformada por 6.088 MW de proyectos hídricos.

La contundente supremacía de la hidroenergía (aquella que usa la fuerza del agua para obtener electricidad) pone a Colombia en una posición privilegiada: el país es considerado un emisor modesto de gases de efecto invernadero y no tiene compromisos vinculantes de reducción de emisiones.

De hecho, los últimos datos del Ideam muestran que en 2004 Colombia emitió 180 millones de toneladas de CO2, es decir, sólo el 0,37% del total global.

Según Óscar Beltrán, quien participó en la formulación de un proyecto de mitigación del cambio climático para el Ministerio de Transporte, de no ser así, “la responsabilidad de Colombia, de 45 millones de personas, serían devastadoras en términos de cambio climático”.

Además de esta virtud, los embalses pueden controlar inundaciones, proveer de agua para el riego de cultivos, ser atractivos turísticos, propiciar el desarrollo de proyectos de piscicultura y generar empleo y oportunidades para las regiones beneficiadas.

Por ejemplo, el proyecto hidroeléctrico Sogamoso, construido por ISAGEN en el cañón del río Sogamoso, Santander, pretende llegar a ser en junio de 2014 el embalse más grande del país, con capacidad para generar la electricidad que requiere una ciudad como Bogotá.

Para reducir los impactos de esta megaobra sobre 181 familias en nueve municipios del departamento, la organización destinó $900.000 millones para un plan de manejo ambiental que también abarca asuntos sociales.

Como primera medida se van a reforestar 8.000 hectáreas de bosque y se tiene el compromiso con las asociaciones de pescadores de la región de sembrar anualmente, por tres años, 5 millones de alevinos (crías de las especies nativas).

De otro lado, Empresas Públicas de Medellín (EPM), con su Proyecto Hidroeléctrico Ituango, sobre el río Cauca, al noroccidente de Antioquia, determinó unas medidas para mitigar los efectos del cambio climático.

Al respecto, Carlos Mario Méndez, subgerente de sostenibilidad del proyecto, cuenta que van a reforestar 18.000 hectáreas de bosque en la zona, con las que quieren “compensar los daños y reducir significativamente la emisión de gases de efecto invernadero”.

Aunque es un alivio que gran parte de la producción energética de Colombia sea relativamente limpia, depender sólo del agua para poner en marcha a un país puede ser riesgoso.

El sistema eléctrico colombiano es muy sensible a épocas críticas de precipitación, ya que sus embalses no pueden almacenar agua con suficiente anticipación para contrarrestar las bajas precipitaciones. En épocas de sequía, las compañías deben hacer uso de sus reservas o emplear gas natural y carbón, los cuales terminan por producir los gases de efecto invernadero que evita la hidroenergía.

Por ejemplo, con la ocurrencia de fenómenos climáticos de sequía en Colombia, como El Niño, las centrales térmicas (gas y carbón) trabajan a una disponibilidad cercana al 50% y la producción de dióxido de carbono llega a los 0,4 kilogramos de CO2 por kilovatio hora (kgCO2/kWh), mientras en época de La Niña su rendimiento disminuye hasta en 0,050 kgCO2/kWh, según un informe de XM sobre energías limpias.

Sin embargo, lo que muchos desconocen es que ecosistemas como los bosques y los páramos almacenan el agua, la regulan y hacen que esté disponible durante el verano. De esta manera, si la cobertura vegetal alrededor de las cuencas está en buen estado, en los tiempos secos las hidroeléctricas tendrán caudal para garantizar energía.

De acuerdo con Javier Blanco, asesor de WWF en temas de energía y cambio climático, cuando llueve en un área deforestada el suelo se compacta y se vuelve duro y denso. Así, las gotas no entran a la superficie sino que resbalan, van directamente a los ríos y la tierra se queda sin reservas para tiempos de calor.

En cambio, cuenta Blanco, si hay bosques, el sistema de raíces de los árboles hace que el suelo abra sus poros y tenga mayor capacidad para almacenar el preciado líquido. De esta manera, cuando llega el verano las reservas de agua van fluyendo poco a poco hasta llegar a los ríos.

Además de esta función primordial de los bosques para la disponibilidad de hidroenergía, el asesor de WWF explica que si una cuenca está talada, las gotas de lluvia arrastran arena y sedimentos a los ríos, los cuales se dirigen a los embalses, se acumulan y disminuyen la capacidad y vida útil de una hidroeléctrica. Por eso, concluye, “estas empresas deberían ser un aliado de la conservación de los bosques”.

Pese al futuro que aún espera a esta fuente energética, existe un punto en contra: el país requiere muchas hidroeléctricas instaladas y esto tiene impactos grandes, como las poblaciones desplazadas por los proyectos, la desviación del curso de ríos, la inundación de tierras arables, el deterioro de la calidad del agua y la desadaptación de aves y peces al nuevo hábitat.

Juan Pablo Soler, del Movimiento Ríos Vivos Colombia, dice que los efectos ambientales, incluso, van mucho más allá del área de inundación de una represa: “Ocurre una migración de insectos y plagas que termina afectando la vocación agrícola de la zona”.

Además, algunas investigaciones recientes apuntan a que, en determinados casos, los grandes proyectos hidroeléctricos en regiones tropicales podrían generar más emisiones de gases de efecto invernadero, principalmente de metano, que proyectos comparables que usen combustibles fósiles.

La descomposición de la materia vegetal es la responsable: cuando un área es inundada, toda la materia viva sumergida se desintegra y se liberan gases, como el metano, que va a la atmósfera y, según el Panel Intergubernamental de Cambio Climático, en un período de 100 años tiene 25 veces la capacidad del dióxido de carbono para afectar al calentamiento global.

De todas formas, ya es bien conocido que en los próximos 20 años la hidroenergía seguirá primando en Colombia (ver cuadro que estima producción a 2030), por ello la disminución de impactos es urgente y está a la mano de las empresas.

¿El primer paso? Algo tan simple como el cumplimiento de la legislación vigente. El artículo 45 de la Ley 99 de 1993 señala que las empresas deben transferir el 6% de sus ventas de energía a las corporaciones autónomas regionales y a los municipios del área de influencia donde se encuentran localizados la cuenca hidrográfica y el embalse. Por su parte, las corporaciones y los municipios deben destinar estos recursos a la protección de la cuenca hidrográfica.

De otro lado, al conocer cómo las sequías hacen sensible al sistema energético colombiano, la Corporación para la Energía y el Medio Ambiente sugiere complementar la generación hidroeléctrica con centrales solares y eólicas, sobre todo porque en verano (cuando escasea el agua) hay mayor disponibilidad de luz solar y de viento.

A las compañías también les queda valorar, monitorear y considerar las amenazas del cambio climático sobre el régimen hidrológico. Las variables climatológicas impiden tomar decisiones anticipadas para prevenir los impactos de la falta de lluvias.

Así las cosas, de no existir alternativas que reemplacen las bajas de las hidroeléctricas, la disponibilidad energética del país corre peligro y por ende los sistemas económico y social, absolutamente dependientes de una buena dosis diaria de megavatios.

El deterioro de las cuencas y la deforestación son las principales amenazas. Sólo queda esperar que el mundo entienda los efectos reales de la tala y de la contaminación acuífera, y que las empresas y la sociedad protejan los bosques y cuencas con el mismo ímpetu con que generan y consumen energía. Sin agua y sin árboles, el planeta se detiene.

Por: Redacción Vivir
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