Por Magdalena Arbeláez.
« Study more economics. » Con esa frase se despidió Roger, director de la sección energía de un gran fondo de inversiones estadounidense, cuando me atreví a preguntarle al salir de una conferencia, por qué su fondo no invertía en energías renovables en vez de financiar explotaciones de fracking. Mi pregunta no era tan tonta: el señor acababa de describir el mercado del gas y petróleo de esquisto en Estados Unidos (la famosa “shale revolution”1), y debo decir que sonaba como un verdadero casino. Cientos de pequeñas compañías independientes están excavando de forma desenfrenada pozos por todo el país con la esperanza de encontrar petróleo, esperanza en muchos casos muy mal fundada. Así pues, 50 000 pozos fueron explotados en un año, de los cuales el 70% solo representaron el 16% de la producción. ¿Cómo es posible que tantos se lancen en una empresa tan dudosa? “Porque todo el mundo lo hace”, explica nuestro experto “porque no vale mucho romper la tierra, y en cambio, si encuentras petróleo, te ganas la lotería”. Y mientras tanto esta divertida lotería contamina fuentes de agua, genera pequeños sismos, contribuye al cambio climático…
Mi idea de invertir en un negocio rentable a largo plazo y que beneficie a la sociedad está pues completamente desconectada de la “economía”. ¿O será que simplemente no tengo dos signos de dólares en los ojos que me impiden ver más allá de los beneficios que ganaré el próximo año, como sí los tienen él y sus colegas?
La verdad es que si pensamos en cuántos dólares ganaré el próximo mes o el próximo año, financiar pozos de fracking puede ser más rentable que financiar energía solar. La verdadera pregunta es: ¿se deben tomar otras cosas en cuenta en el momento de invertir? Y suponiendo que intuimos que sí, ¿cómo lograr que quienes tienen dinero lo hagan?
La respuesta está tal vez en un movimiento que toma cada vez más fuerza en el mundo: la desinversión (“divest” en inglés). Una campaña de desinversión busca convencer a aquellos que invierten (fondos de pensión, universidades, bancos, etc) de que retiren su apoyo financiero a ciertas actividades consideradas inmorales. Así pues, hubo campañas para promover la desinversión en la industria del tabaco o en compañías de África del Sur en la época del apartheid. Hoy en día, activistas intentan convencer al mundo de que las energías fósiles son una inversión inmoral. Claro, son rentables, pero también era rentable usar esclavos en las plantaciones de algodón.
El movimiento Divest surge en 2012 en Estados Unidos, cuando estudiantes de grandes universidades les piden a sus instituciones que paren de invertir en energías fósiles (lo cual no es anodino: recordemos que Harvard mueve sumas de dinero superiores al PIB de algunos países). Desde ese entonces, 220 instituciones se han comprometido a desinvertir de estas energías2. La mayoría de estos actores son fundaciones filantrópicas, religiosas o universidades, y como tales, reivindican tener una fuerte moral. ¿Qué iglesia puede decir que se preocupa por el bienestar de sus fieles, si al mismo tiempo se está llenando los bolsillos con una actividad que tendrá consecuencias nefastas en la vida de esas personas?
Hace unas semanas California pasó una ley obligando a sus dos principales fondos de pensiones a desinvertir del carbón, lo cual significa retirar fondos de 30 empresas de explotación de carbón3. Las sumas desinvertidas y los actores que se comprometen a hacerlo son cada vez más importantes.
Tal vez hoy no afecte mucho la industria del carbón y del petróleo, pero esta campaña muestra varias cosas. Muestra que no es que a algunos nos haga falta estudiar economía, sino que hay dineros que son sucios e inaceptables. Muestra que los ciudadanos pueden organizarse y exigir de sus escuelas, sus empresas, sus ciudades, que paren de financiar el cambio climático. Muestra, sobre todo, que algunos se enriquecen a costas de la vida y la salud de muchos otros, pero que tal vez ya sea hora de rebelarnos y de acabar con ese juego.
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